Día 3: El regreso de los muertos vivos

Hoy me levanté de buen humor. Recordé cuando mi ex marido me invitó a tomar helado, en aquella heladería berreta de la calle Florida. Recordé también, mi sonrisa enamorada y mis neuronas atontadas idealizando aquel intento de vendedor ambulante.
Sin pensarlo demasiado y evitando los intentos de Zulema (mamá) por enseñarme como tejía un sweter que, obviamente no me entraría, huí a la calle.
Tomé un taxi que me quitó 20 de los 43 pesos restantes en mi haber y desayuné un helado, el de aquella heladería berreta.
Caminé por las mismas calles que Julio y yo caminábamos de la mano, imaginando el mundo sonriéndonos a nuestros pies. Recorrí cada rincón de esas calles que me vieron reír, disfrutar, derrochar juventud, regalar sonrisas. Recorrí, disfruté y aún sin pedirlo, volví a recordar.
Mientras mis ojos miraban con asombro el efecto que el capitalismo había tenido en mi ciudad una cara familiar interrumpió mis pensamientos. Un muchacho, va, un hombre torpe, se cruzó en mi camino, me dió un codazo, no pidió perdón y me dejo esa extraña sensación de conocer a alguien, pero no saber quién es.
Hace un rato, mientras el kioskero, ahora dueño del mini supermercado, intentaba levantarme, recordé, visualizé, adiviné la identidad de mi hombre torpe. Era Santi, mi primer novio, aquel que solo me dió unos besos cuanto teníamos 14, pero que me enseñó a estupidizarme por el amor.

2 comentarios:

Virginia Prieto dijo...

escribís muy bien!!!
es tu propia historia y la contás con una cuota de desesperanza que moviliza

un beso

Danila dijo...

Gracias Vir! Recien empiezo, estoy aprendiendo! Besos enormes

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