Día 5: Hablando de Roma...

Santiago Demarchi nació en el 80, dos años antes que yo, pero repitió de año, así que hicimos nuestra primaria y secundaria juntos. Crecimos en barrios diferentes, él de clase alta, solo asistía a mi escuela porque sus padres creían que una educación estatal lo haría mas humano. Tenía dos hermanas diabólicas, mellizas, que emulaban perfectamente a las hermanastras malvadas de Cenicienta.
Nos conocimos en cuarto grado, cuando luego de ser el nuevo del curso, me robó la cartuchera, para probar que él también podía ser cool y joder a la gordita del grado.
Años después, cuando mis caderas todavía eran las mas anchas del curso, sin motivos, sin muchos argumentos, Santiago confesó su amor por mi, en el primer asalto al que asistía.
Al parecer mi risa espontánea, mi sinceridad y mi despreocupación por las apariencias habían atraído a este ser a mis garras y oh casualidad, este ser era, justamente, el fachero del curso.
De pronto pasamos a ser la perdedora y el lindo, la que no se lo merecía y el que se merecía algo mejor. Pero una y otra vez él seguía asegurando que yo era especial, que era diferente, que era la que quería.
Nuestro amor duró varios meses, las vacaciones de verano nos separaron y nos pusieron frente a nuevas conquistas adolescentes. Con el tiempo logramos ser amigos, pero cuando decidí irme de mi ciudad para estudiar, nuestras vidas dejaron de cruzarse definitivamente.
Ya tengo mi primer objetivo, al fin y al cabo este viejo país, ahora nuevo para mi, no me está trayendo tantas desgracias como creía. La búsqueda ya empezó, solo espero poder terminar algo de todo lo que empiezo.

¿Santiago, donde estás?

Día 4: El objetivo.

Zulema: Viste que la nena se volvió de España... ah, ¿No sabías? Sí, se divorció la pobre.

Danila: Ay mamá, cortala. No tenés que andar refregando mi intimidad a todas las vecinas que andan por ahí.

Vecina chusma: Danielita ¡Tanto tiempo!... Así que te divorciaste che...Cosas que pasan ¿No?

Danila: Si, especialmente cuando tu marido te engaña con tu mejor amiga.

Zulema: Y bueno, si la nena hubiera sido mejor ama de casa y tuviera un poquito más de amor por su cuerpo seguramente Julio no hubiera hecho semejante barbáridad.

Danila: Chau, me voy a dormir la siesta, despertame en cinco meses.

Ni mi mamá, ni el rumor sobre mi divorcio que ahora circula por el barrio, ni mis caderas monumentales ni mis ojeras depresivas van a impedirme vivir mi vida. Necesito un objetivo, una meta, por más estúpida que sea.

Quiero encontrar a Santiago, descubrír si se acuerda de mi, si se casó, si se recibió, si sigue siendo aquel nene histérico que tanto me hacía reír. Tal vez así, recupere esas ganas de triunfar e innovar, que tanto tenía, cuando contaba solo 14 primaveras.

¿Por donde empiezo? ¿Sugerencias?

Día 3: El regreso de los muertos vivos

Hoy me levanté de buen humor. Recordé cuando mi ex marido me invitó a tomar helado, en aquella heladería berreta de la calle Florida. Recordé también, mi sonrisa enamorada y mis neuronas atontadas idealizando aquel intento de vendedor ambulante.
Sin pensarlo demasiado y evitando los intentos de Zulema (mamá) por enseñarme como tejía un sweter que, obviamente no me entraría, huí a la calle.
Tomé un taxi que me quitó 20 de los 43 pesos restantes en mi haber y desayuné un helado, el de aquella heladería berreta.
Caminé por las mismas calles que Julio y yo caminábamos de la mano, imaginando el mundo sonriéndonos a nuestros pies. Recorrí cada rincón de esas calles que me vieron reír, disfrutar, derrochar juventud, regalar sonrisas. Recorrí, disfruté y aún sin pedirlo, volví a recordar.
Mientras mis ojos miraban con asombro el efecto que el capitalismo había tenido en mi ciudad una cara familiar interrumpió mis pensamientos. Un muchacho, va, un hombre torpe, se cruzó en mi camino, me dió un codazo, no pidió perdón y me dejo esa extraña sensación de conocer a alguien, pero no saber quién es.
Hace un rato, mientras el kioskero, ahora dueño del mini supermercado, intentaba levantarme, recordé, visualizé, adiviné la identidad de mi hombre torpe. Era Santi, mi primer novio, aquel que solo me dió unos besos cuanto teníamos 14, pero que me enseñó a estupidizarme por el amor.

Día 2: La nada misma

En mi billetera quedan 7 Euros, 43 pesos y una foto de mis gatas durmiendo abrazadas. No tengo trabajo, no tengo amigas, no tengo casa, no tengo auto, no tengo objetivos. Soy Danila sin nada.
Entre mi madre y mi hermano, el macho Argentino cuarentón y solterón, se encargaron de hacerme saber lo patética que es mi vida sin metas.
Ya llevo 4 días en mi antiguo país. He comido 7 milanesas, lloré dos noches y las otras dos las pasé en vela, intentando acostumbrarme a los canarios con insomnio.
El barrio sigue igual. El kiosco de la esquina ahora es un mini mercado, y las luces de la calle siguen sin funcionar. Recorro las veredas, saludo desconocidos, como alfajores cargados de dulce de leche, aquel que tanto extrañé, pero sigo sin encontrar mi rumbo. Tal vez porque es demasíado pronto, tal vez porque ya no me quedan objetivos, tal vez mi objetivo es justamente, no saber que hacer.

Día 1

Llegué de España hace 3 días, perdí una de mis tres valijas y nadie me fue a recibir al aeropuerto.

Allá, en el otro continente, dejé un ex marido en forma, un trabajo con posibilidades de ascenso, 3 amigas, dos gatas y mi vestido de Zara, aquel que por solo 75 Euros hacía mi cintura aún mas chica.

Acá, en el tercer mundo, encontré una casa llena de humedad, 5 canarios que no me dejan dormir, una madre cínica y aquella pollera que hace casi 17 años no logro ponerme.